Buda dijo una vez: El viento no puede agitar
una montaña. Ni el elogio ni la culpa mueven al hombre sabio. – Millones lo
condenaran, muy pocos lo alabarán- pero él no hace diferencias. Permanece como
una montaña inamovible.
Había
una vez un árbol que lucía sobre un bosque encantado como un mismo sol. Sólo la
copa de ese árbol protegía, cubría y amparaba a muchos otros árboles y
criaturas del bosque. Todos los habitantes del lugar admiraban y amaban a ese
árbol por todo lo que les proporcionaba: Una buena sombra en verano, los
protegía y amparaba de los fuertes vientos, les proporcionaba alimento de sus
frutos y cuando las criaturas del lugar se sentían desamparadas o asustadas
iban corriendo a abrazar al árbol para sentir la energía que corría por su
fuerte tronco. Incluso se decía que si apoyabas el oído sobre el tronco oías
correr el fluir de su sabia.
En
aquella época el árbol era amado por la mayoría de las criaturas del bosque y
admirado por el resto de sus compañeros árboles. Incluso los más críticos y
enemigos del árbol no se atrevían a criticarlo para no quedar mal ante toda la
multitud que le quería, callando por vergüenza cobarde sus opiniones. El árbol
intentaba por todos los medios no dejarse arrastrar por los elogios y las
críticas. Permaneciendo sereno,
disfrutando de cada abrazo de las criaturas del bosque y del cobijo que les
proporciona con su hermosa copa.
Pero
un día no se sabe porque, el árbol empezó a resentirse. Sus hojas de un verde
intenso empezaron a ennegrecerse y caer.
Todos los seres y criaturas del bosque se quedaron perplejos, observando
lo que estaba sucediendo al árbol.
Susurros y murmullos corrían de oído a oído por todo el bosque. Mientras
los ojos cada vez más abiertos miraban con atención al árbol todos quien más o quien menos intentaban adelantarse al futuro presagiando unos, con sus mejores propósitos naturalmente, la sanación del árbol y otros con una aparente tristeza anunciaban su final.
El
árbol luchaba con todas sus fuerzas por sobrevivir pero la lucha era inútil y
su enfermedad avanzaba por momentos. Ahora era la corteza la que sufría las
consecuencias. Se resquebrajaba como corcho y se caía en pedazos a la tierra
produciéndole un terrible dolor que no tenía consuelo. Los habitantes del
bosque empezaron a actuar de diferentes formas.
Algunos lo abandonaron porque no podían soportar el dolor y el deterioro
del árbol que un día vieron grande y hermoso; otros en cambio se tiraban flores
a ellos mismos mostrando sus cualidades y virtudes comparándolas a las del
viejo árbol con el fin de captar la aprobación del resto de las criaturas; y
por el contrario otras que tímidamente mimaban y limpiaban las heridas del
tronco del árbol mientras este agradecía con una sonrisa entre suspiros,
lamentos y agonía.
Un
día lo que todas las criaturas estaban esperando sucedió y el árbol se desplomó
en la tierra. Las ramas que un día fueran orgullo de belleza en el bosque se
partieron en el suelo con la caída. Pero nadie le oyó gritar, ni siquiera un
quejido, tan sólo un leve suspiro salió de sus últimas hojas. Los que habían sentido el correr de su sabía
por el tronco y la energía que emanaba por todo el bosque apenas podían
percibir ahora la lentitud de su sabia cansada a tropezones. Pero no esperaron
a su muerte.
Sus
enemigos que antes sentían vergüenza de hablar de él ahora no callaban para
menospreciar y criticar al árbol.
Aparecieron de todo el bosque voluntarios sustitutos para ocupar su
lugar. Pero su cuerpo aún estaba presente y eso era una huella palpable en los
habitantes del bosque. Aún no había dejado de respirar, ni su sabia de recorrer
a paso lento su cansado cuerpo cuando empezaron ya a mutilar sus ramas, cortar
troncos, cortezas, arrancar raíces… La sabia abandonaba su cuerpo para
infiltrarse en la tierra. Mientras unos gozaban y se divertían por la caída del
árbol. Otras criaturas lloraban en silencio recordando el cobijo de sus ramas,
el abrazo protector de su tronco y la energía de vida que les había trasmitido.
Para
todos, el árbol ya estaba muerto y formaba parte de un pasado. Unos mantenían
una lucha interna por sustituir al árbol que algunos llamaban ahora sagrado.
Otros seguían en sus vidas como si nada hubiera ocurrido pero otros guardarían
en el interior de su memoria y en el corazón el recuerdo del viejo árbol pero
lo que si todos desconocían que en el interior de la tierra, en un lugar oculto
y escondido existía aún un trozo de raíz del gran árbol, donde todavía vibraba
con fuerza su poderosa sabia. Y allí como lo explicaría la bruja de un bosque
encantado, en ese lugar remoto crecía, descansaba y se alimenta de amor y
sabiduría la energía del nuevo árbol para renacer de nuevo con más poder si se
puede.
Sólo
una humilde mariposa de colores vivos y una bella sonrisa sobrevuela en
círculos el lugar exacto donde habita la semilla, esperando que llegue su
primavera. No se sabe cómo ni cuándo va a ser, porque no hay fecha exacta y no
está escrito en ningún calendario pero la mariposa sabe que sin darse nadie
cuenta, un día asomará de la tierra un pequeño árbol insignificante que nadie repárala
en él y ocupará el lugar exacto que le corresponda en el mundo.
En
el jardín del alma.
Siso Santos.