El último año de voluntario en el centro
Penitenciario de Estremera fue toda una experiencia y un experimento. Empecé una nueva actividad: Teatro terapéutico. En principio empezar una actividad nueva no dice nada, que sea teatro tampoco pero era un
reto para mí y para el centro. Antes daba actividades por diferentes módulos pero los internos no se mezclaban y hora se iban a mezclar. Diferentes módulos,
separados por conductas, delitos o sexos los iba a tener juntos. Eran casi 50
personas. Tenía el apoyo de los asistentes sociales, educadores, subdirector y
hacia falta la palabra más importante, El director.
Recuerdo la reunión que tuve con él en su
despacho. “Esto no es un patio de un recreo- Me decía- Es una cárcel. Aquí hay
delincuentes y criminales. La gente que se vaya a apuntar a tu actividad no va
a ser para estar contigo, es para salir de sus módulos, ligar o ver que pasa
por otros módulos. Vas a estar sólo toda la mañana con ellos. ¿Te crees seguro
y capaz para hacerte cargo de esto?” Asentí con la cabeza. “Muy bien, como te
apoya mucha gente lo vamos a aceptar. Quiero la lista de los apuntados siempre
al día, la gente que se dé de baja o de alta. Al primer conflicto se dará de
baja la actividad: ¿Esto está entendido?” “Si, si, claro.-Dije yo.- Pero ya
verá que contento se va a quedar”. Salí con un subidón tremendo de nervios y
felicidad.
A las nueve de la mañana empezaba la actividad.
El primero en llegar al salón de actos era yo y poco a poco los funcionarios
iban trayendo los internos de los diferentes módulos. En ese momento a solas,
paseaba por la estancia y el escenario como marcando el territorio que quería
dominar aunque ya lo conocía. Unas semanas antes de empezar la actividad había
actuado allí con un espectáculo mío de monólogos donde todos los personajes estaban locos. “Nosotros mismos”
Poco a poco empezaron a entrar los alumnos.
Primero fueron las chicas, siguiéndoles después hombres de diferentes módulos.
Algun@s ya los conocía, fueran alumn@s de años anteriores de risoterapia o
reiki, otros me habían visto actuar cuando fui con mi espectáculo a la cárcel y
otros tanto para nada iban interesados en mí. El trabajo consistía sobre todo en crear
improvisaciones para desarrollar la creatividad, sacar nuestros
propios textos, estar alerta, hablar en
público, defender posturas… Trabajábamos desde la emoción, desde la risa o la
agresividad.
Por supuesto que hubo conflictos y tensiones
en el grupo. Había gente que sólo estaban interesados en ligar, estorbaban a la
hora del trabajo, creaban conflictos entre el grupo y claro está también me
salpicaba a mí. Me atacaban de la forma más fácil que podían atacarme pero la
que menos daño me hacía. Al fin al cabo estaba acostumbrado, comentaban entre
ellos a mis espaldas de querer ligar con
los chicos. Llegó el momento de destapar las cartas. Un día ellos estaban
sentados en las butacas del público y yo subido en el escenario. Fui claro y
rotundo. “Yo vivo en el centro de Madrid. Me pego una paliza para venir hasta
aquí y no cobro un duro, lo hago de forma voluntaria. En Madrid hay muchos
hombres con quien poder ligar. Aquí por muchos músculos que tengáis no sería
posible ni conveniente. Es a vosotros a quién os convendría más tener algo
conmigo que a mí con vosotros pero eso no va a ocurrir nunca. Soy maricón pero
no entupido. Aquí hay un proyecto de un grupo de trabajo. El director no cree
que lo podamos realizar, o estamos juntos y somos un equipo o no sale. Decidid si seguimos adelante o a partir de ahora yo me quedo en mi casa y vosotros en
vuestros módulos.” Me senté en el patio
de butacas entre ellos esperando respuesta. Nadie decía nada. Fueron ellas las
que empezaron a hablar. “Nosotras agradecemos lo que estas haciendo y queremos
seguir adelante y quien se quiera ir que se vaya y que no estorbe más”.
El grupo continuo. Algunos que no tenían
cabida en él abandonaron por su propio
pie y a su vez entró gente nueva. Al final conseguimos ser treinta y cinco
personas con ganas de trabajar. Hacíamos improvisaciones. Contaré una anécdota:
Improvisábamos atracos de bancos. Unos hacían de empleados, otros de
delincuentes, otros de clientes… Pero yo les engañaba y ponía policías ocultos.
Mi objetivo era descolocarlos, que estuvieran alerta que hicieran un grupo. Se
enfadaban y discutían entre ellos a ver
quien sabía más para robar un banco. Que si uno había robado uno que si otro
tres… Que si yo no podía poner la policía sin avisarles. “Como si la policía os fuera a llamar por
teléfono” Les decía yo. Que si yo no tenía ni idea de esto. Yo salté sin
pensar: “¿Y qué me vais a enseñar vosotros que estáis presos?” Se hizo un silencio y yo me
avergoncé. De repente uno que estaba entre el público soltó una carcajada y fueron
acompañándolo sus compañeros. Hasta terminar riendo todo el grupo. Ahora si
éramos un equipo y yo uno más.
Al
final del curso como espectáculo creamos una boda interactiva con el público
que serían los invitados del convite. Unos hacían de novios, padrinos, camarera
de la boda, otro de drag queen que sería el maestro de ceremonias. Habíamos conseguimos telas, el centro puso a
nuestra disposición chocolate con churros y los internos trajeron refrescos,
patatillas u otras cosas para picar. Cada
uno lo que podía comprar en sus economatos para hacer nuestro particular
banquete de bodas.
Llego el día de la boda y mi último día en
Estremera. Había una sorpresa que ellos desconocían. Con la ayuda de las
asistentes sociales habíamos invitado a gente que fuese importante para cada
interno del grupo. Familia, amigos, pareja… Cuando abrieron las puertas
para que entrara el público (los invitados a la boda) los que entraban eran
sus seres queridos.
La emoción se reflejaba tanto en los invitados
como en los anfitriones. Ese día no había internos, ni funcionarios, ni
trabajadores de ningún tipo. Éramos todos participantes de una ceremonia y de
una gran celebración. Una de las asistentes sociales del centro me dijo: A
nosotros los internos nos cuentan sus cosas porque les conviene o saben que lo
deben hacer pero tú consigues que te abran el corazón, felicidades. El
director también paso por ahí. No quiso intervenir, los protagonistas eran sin
duda los actores. Me miró y con una sonrisa asistió con la cabeza. Solamente me
dijo: “¿Hay chocolate suficiente para todos?” Claro que había. Yo le di las
gracias, él me dio la enhorabuena y se marcho.
Solamente al fondo de todo, una actriz que
hacía de camarera y presidía la barra libre del convite no había tenido
invitado. Fui a junto ella y en tono seco y con razón me dijo: “¿Por qué no se
ha invitado a mi marido?” “Si se le invitó pero dijo que no quería venir” Su
mirada se perdió en el vacío. No encontré consuelo que decirle. Solamente pude
decir: “Lo siento, lo siento mucho” Entonces ella se giró, me sonrió y me dijo:
“Pues yo no lo siento. Gracias a todo esto he abierto los ojos a muchas cosas
que no quería ver. Estoy feliz viendo a mis compañeros y muy orgullosa de
estar aquí contigo y de formar parte de este proyecto, gracias Javier. Muchas
gracias.” Los dos nos fundimos en un abrazo. Ninguna felicitación me lleno
tanto como esa. Sin ser consciente en ese momento, durante esa boda
ficticia, yo me estaba casando y comprometiendo con una profesión y un estilo
de vida.
Siso
Santos.