Un maestro mío me dijo una vez: “Nunca sabrás
lo que sabes hasta que lo enseñes, en ese momento tu alumno se convertirá en tu
maestro.”
Nunca me imaginaría yo dando clases o
dedicándome a la sanación y sin embargo, sin yo saberlo, la vida me llevaba
directo en ese camino. Todo lo vivido hasta ese momento era la vivencia y aprendizaje para lo que
vendría después. No quiero decir que ahora no tenga nada más que aprender, espero
que siempre que queden cosas, pero si antes el miedo me paralizaba y me
autodestruía, ahora el miedo es una herramienta de aprendizaje que a veces
hasta me divierte y siempre me permite andar.
Yo sobre todo quería trabajar en el mundo del
espectáculo. Hacía trabajos esporádicos, animaciones por la noche y los
alternaba con otros trabajos como de teleoperador para ir viviendo. De repente
me ofrecen unas clases de expresión corporal en un centro cultural. Estaba
feliz, me imaginaba gente joven y yo dando clases en cosas relacionadas con
teatro, movimiento expresivo… ¡Qué más se puede pedir a la vida Señor!
De repente entro en la clase (lo voy a decir
con todos mis respetos como lo sentí en ese momento) me encuentro un carro de
viejas mirándome de arriba abajo. La más directa dijo amenazándome: “No se lo que es expresión
corporal pero nosotras venimos a hacer gimnasia o nos vamos” Un jarro de agua
fría cayo por encima de mí porque no podía entender lo que estaba pasando.
Después me explicaron que expresión corporal es como llamaban antes los centros
culturales a las clases de mantenimiento para no tener problemas con los
gimnasios “Cosas de ayuntamiento.”
Me sentí timado, engañado. ¿Qué podía hacer en
ese momento? Prótesis, artrosis, mujeres sin pecho, problemas de memoria… Nunca
pensé que una hora pudiera durar tanto en mi vida.
Cuando acabé la clase como pude, entre rabia,
impotencia y terror de no hacer daño a nadie, me tiré sobre mi teléfono móvil
para llamar a la agencia que me había contratado: “¡Sacadme de aquí ahora mismo!” Estaba tan furioso que parecía
estar poseído por un demonio. “Quiero
que se me de otra cosa. He dejado trabajos para estar aquí y me habéis mentido.
¡Sacadme de aquí ya!” Me pidieron que me quedara una semana mientras
buscaban a alguien y verían donde me podrían ubicar. Acepte el trato. ¿Qué otra
cosa podía hacer?
Invocaba a mis guías, me hacía reiki, manejaba
todos los instrumentos de movimiento expresivo y tao yin que practicaba como
alumno, pedía ayuda a amigos que eran entrenadores y preparaba clases sobre la
marcha dejándome guiar por la energía y las necesidades del grupo. Dejé de mirarme yo y observaba a los alumnos.
Era fascinante ver los cuerpos y entender que hablan solos. La intuición me
decía este ejercicio para esta persona si, esta que haga este otro, esta tiene
mal el hombro por ejemplo y sin habérmelo dicho era verdad. Era como entrar
tímidamente en un mundo que me daba respeto
pero a la vez me estaba produciendo cierto encanto. Así transcurrieron
los dos primeros días.
El tercer y último día de la semana era la
despedida. Hicimos una clase especial
con mucha música, y terminamos en una relajación. En realidad era reiki
pero no dije nada. Puse a unas alumnas tumbadas y otras poniendo sus manos sobre sus
compañeras. Les dije: “Dejaos llevar”
Inconscientemente fueron posando sus manos con mucha suavidad en puntos
muy concretos para el reiki. Algunas durmieron, otras se emocionaron y entre
todas se creaba un vinculo que sólo el brillo de nuestro ojos delataba. Una alumna
asturiana con problemas de memoria dijo en voz alta: “Esta gimnasia es muy rara
pero tengo que reconocer que entro por esa puerta y se me olvida que tengo
dolor” Algo se removía dentro de mí. Se me acercó al oído y me dijo: “Tú no serás un curanderu
desus” Me entró la risa y la pena por ser mi último día.
Cuando llamé a la empresa me dijeron que no
habían encontrado a nadie. Me pidieron que me quedara una semana más. Le dije a
mi jefe que no buscara más. Me quedaba con las clases. Al colgar el teléfono me
entró una especie de vértigo “¡Dios mío que he hecho¡” Y al mismo tiempo la extraña sensación de
haber llegado a un lugar hermoso.
El primer año tuve dos grupos, el segundo
cinco, el tercero nueve con listas de espera en todos los grupos. Aproveché
para estudiar “técnicas corporales aplicadas a personas mayores y/o con
déficits sensoriales, mentales o
físicos” y la formación de “biodanza”.
Trabajaba de voluntario en la cárcel y en la asociación de Horizontes Abiertos.
Dando clases también a extoxicómanos la mayoría de ellos con problemas de salud
en estado muy avanzado.
He sido una persona muy privilegiada en poder
prepararme y tener a vosotros mis
alumnos “mis maestros” todos los días dándome vuestras enseñanzas. Gracias a
todos mis alumnos porque yo nunca sería maestro si vosotros no estuvierais
enseñándome a mí a vivir.
Gracias desde el jardín del alma.
Siso Santos.