Había una vez un día un idiota que deseaba dar
la vuelta al mundo. Cuando lo decía en su pueblo en medio de la nada la gente se reía y se burlaba del pobre idiota. Lo llegaron a considerar tan loco que por miedo a que
fuese contagiosa tal locura lo
encerraron en un calabozo que estaba en la torre de un viejo y húmedo castillo.
El idiota quedó sólo en medio de una
habitación prácticamente vacía, solamente un viejo catre ocupaba un espacio de
la estancia y un ojo de buey dejaba pasar
la poca luz que iluminaba la celda. El idiota se sentó en medio de la
estancia vacía, sin saber por que se sentó en posición de loto, respiró
hondamente y dejo que su imaginación volase libremente.
De repente se encontró atravesando un calido
desierto, el viento azotaba y el sol quemaba mientras andaba sin rumbo durante
horas interminables. Cada paso que daba era un esfuerzo para mantenerse en pie.
La sed le secaba tanto la boca y la garganta que le producía dolor y la mente le turbaba. “!Mira por donde vas
y no me pises idiota!” Oyó una voz sin saber de donde venía. “¡Estoy debajo
de ti idiota y me estas pisando la cola!” Cuando miró a sus pies pudo ver que
uno de ellos estaba presionando la cola de un escorpión de muy mal humor:
-“¡Idiota idiota idiota! ¿Cómo puede ser que
en un desierto tan grande donde estamos tú y yo solos puedas pisarme la cola?”
- “Perdón le aseguro que no le había visto.” -
Se disculpó el idiota.
-“Es común de los humanos andar sin saber por
donde.”
-“Sólo quiero salir de aquí.” -Balbuceo el
pobre idiota afligido.
- Si en verdad quiere salir del desierto debes
de dejar de buscar la salida y caminar con la intención de ir a otro lugar.
-No entiendo lo que quiere decir.- El idiota estaba completamente confuso con las
palabras del escorpión.
-Los humanos camináis poniendo un objetivo
fijo o una meta como si la meta fuese lo único.
Eso os hace pequeños pues en el camino a esa meta puede haber muchas
sorpresas maravillosas. Cada paso es un
lugar idóneo de disfrutar pues es necesario para llegar al otro. Todos son
imprescindibles y a la vez todos y cada uno de ellos aportan algo al siguiente.
Descubrir que las metas no existen que solo existen caminos maravillosos aporta
que no hay límites para un camino, solo aprendizajes infinitos donde cada uno
libremente decide cual quiere explorar, conocer, experimentar…
-Convertirnos en caminantes de nuestras vidas…-Las
palabras del idiota interrumpieron sin pensar desde el fondo de su alma y el
escorpión le miró con una disimulada sonrisa. Divisaron el horizonte y
contemplaron como una especie de oasis en la lejanía.
-Ahí tienes el final del desierto.- Le
comunicó el escorpión.
-Muchas gracias amigo escorpión.
-Llévate esto contigo para recordar este camino.-Le
entrego una rosa de desierto que el idiota agradeció.
Una vez se despidieron y el idiota seguía su
particular camino, el escorpión le volvió a llamar: “Eh idiota.” Este se giro
para verle y se encontró que el escorpión estaba con las manos en poción de
oración a la altura del corazón, inclino la cabeza como símbolo de respeto y le
dijo: “Buen viaje Maestro.”
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El idiota continúo con su particular viaje.
Ahora iba guiado por un mono encima de un elefante que caminaba por un sendero
que dividía dos mundos diferentes: El de la derecha era un paisaje frondoso,
una densa vegetación cubría la tierra con numerosos tipos de arboles, ríos y a
lo lejos se divisaban montañas con sus copas cubiertas de nieve. Por lo
contrario el paisaje de la izquierda era sórdido, la tierra seca con surcos, la
vegetación escasa y un río de escaso caudal arrastraba un agua llena de
lodo.
El idiota contempló como en la parte derecha
del camino la gente vivía en perfecta armonía con la naturaleza. Recogían
grandes cosechas que después los
habitantes compartían y repartían en celebraciones. Todo era de todos y todo lo
daba la madre tierra. Ellos adoraban la
tierra y esta les nutría de todas sus necesidades: Alimentos, ropas, medicinas,
etc.… Por el contrario en el lado izquierdo la gente tenía escasez, se pegaban
hasta morir por unos trozos de pan duro. Sus habitantes era la parte más
salvaje de los seres humanos. Era
extraño que en medio de tanta miseria se pudiera contemplar un enorme castillo
recubierto de piedras preciosas.
El idiota no podía entender las diferencias
entre unos habitantes y otros y el mono le contó una historia: “Estos dos lugares
un día fueron el mismo, vivían los dos respetando las leyes de la naturaleza y
en perfecta hermandad entre los hombres. Pero un día la parte izquierda empezó
a querer tener más unos que otros. Se hicieron clases, ricos y pobres. Los
ricos se imponían a los pobres y
deseaban ser cada vez más ricos. Hicieron enormes castillos que
adornaban con piedras preciosas para mostrar más su poder. Empezaron las
guerras interminables y ellos solos destruyeron todos. Ahora las piedras
preciosas no tienen ningún valor. Ya no hay nada que comprar”
-¿Por qué nadie quiere cambiar de lado de
camino?- Preguntó el iluso del idiota.
-¡Estas loco! ¿Y cambiar de vida?- Sus propias
gentes les llamarían idiotas.
El idiota recordó cuantas veces el fue llamado
idiota y se entristeció.
“Ahora debes seguir el camino tú sólo” El
elefante le ayudo a bajar de su espalda y dejarlo en el suelo. El mono fue
deslizándose por la trompa del animal y le volvió a decir al muchacho “Llévate
esto contigo, algún día en tu vida tendrá mucho valor” Y le entregó una pequeña
de piedra de rubí.
Solo llevaba unos pocos pasos andando cuando
el mono le grito: “Eh idiota” El muchacho se giró y vio al elefante que estuvo
todo el rato en silencio escuchando esbozándole una sonrisa y el mono con las
manos en posición de oración a la altura del corazón. Ambos animales inclinaron
la cabeza en señal de respeto y el mono dijo: “Buen viaje maestro”
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Ahora el idiota se encontró caminando por en
medio de una urbe tan grande como nunca se había podido imaginar. Edificios
altos que podían atravesar las nubes. El ruido de vehículos que transitaban en
un ir y venir constante con un ruido de fondo que envolvía toda
la ciudad. Miles y miles de personas caminando de aquí para allá como en un
hormiguero gigante. El idiota se sorprendió
de la cantidad de gente que había. Se fijaba atentamente en cada individuo con
el que se cruzaba mientras caminaba sin rumbo en medio de la multitud. Gentes
atrapadas en teléfonos móviles o envueltos en sus propios pensamientos.
Personas ausentes en un mismo mundo. El idiota se estremeció y pensó: “Dios mío
cuanta soledad”
“¿Acabas de bajar de Marte amigo?” Una voz
clara y rotunda sobresalía del medio de tanto caos. Cuando el idiota dio la vuelta vio un hombre mayor vestido de
ropa vieja y sucia; los zapatos gastados y un olor corporal tan fuerte y
desagradable que lo apartaba o lo protegía del mundo que lo rodeaba. Una risa
clara estallaba del interior de su inmenso cuerpo y el idiota se fijo en sus
melenas y barbas grasientas y en la falta de algunas de sus piezas dentales:
“Yo vengo de Saturno”
El idiota como gran aficionado a la astrología
que era sabía que Saturno representa el poder, el orden, el conocimiento… El
horóscopo que está con Saturno está obligado a hacer las cosas bien, solo así
disfrutará de su beneficio y protección, en caso contrario como buen padre que
es se lo haría repetir las veces necesarias para ayudar en su crecimiento
personal.
-¿Es feliz la gente aquí? – Le preguntó el
idiota al viejo que desde el primer momento lo reconoció como un sabio.
-No es el lugar el que hace feliz a nadie. Es
el alma el encargado de esa misión.- Respondió el sabio. – La gente puede
buscar la felicidad en el exterior y es dentro de cada uno donde está. Aunque
la mayoría de la gente cree saberlo son muy pocos los que se atreven a
investigarlo.
-¿Cómo sabré yo que soy feliz?
-Cuando tu corazón y tu mente están en el
mismo lugar el alma vibra. Cuando tu deseo y tu voluntad son tu estilo de vida
el alma vibra. Cuando estas dispuesto a aprender, a crecer y a compartir el alma
vibra. A esa vibración se le llama felicidad. Podemos decir entonces que la
felicidad es la energía en estado puro
que alimenta el amor.
El idiota escuchaba atentamente las palabras de ese extraño personaje.
-Tengo un camino que recorrer y ni siquiera se
donde voy ni por donde tengo que ir.
-Lo sabrás cuando llegues allí. Siempre en su
momento adecuado. Si supiéramos cual es nuestro
destino intentaríamos cambiarlo o coger atajos y nunca llegaríamos a el.
Estaríamos en un mismo lugar dando vueltas.
En un
momento dado el anciano metió la mano en su bolsillo y sacó una moneda:
-Guárdate esta moneda te llevará lejos.
El muchacho asintió.
-Ahora debes irte.
-No se hacia donde ir.
El hombre abrió su viejo abrigo roído y
centenares de ratas empezaron a correr todas hacia la misma dirección.
“Síguelas” Ordenó el vagabundo. El joven corría en medio de centenares, miles,
millones de ratas que salían de dentro de un abrigo. La gente corría, se
apartaba, gritaban de pánico viéndose amenazados por una avalancha de ratas.
Sólo el vagabundo a lo lejos mantenía una serenidad perpleja que lo hacia bello mientras con sus manos en posición de oración bendecía: “Buen viaje maestro”
Las ratas llevaron al joven a un embarcadero.
El primer pensamiento que tuvo el muchacho era que ahora le tocaba hacer un
viaje en barco. Nunca había montado en un barco ni nunca había visto tan
siquiera el mar. Una de las ratas se acercó a él y le dijo que tenía que
tirarse al agua. No podía ser “¿por qué?” “¿cómo?” Las ratas se alinearon unas
encima de otras frente al muchacho y de un empujón lo tiraron al mar.
El joven se asomó a la superficie moviendo los
brazos con intención de mantenerse a flote: “¡Socorro! No se nadar!” Las ratas todas estaban en pie con las patas
delanteras en posición de oración, inclinaron la cabeza en señal de respeto y
dijeron: “Buen viaje maestro.” Una gran ola arrastró al muchacho mar adentro.
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Cuando se despertó estaba tumbado sobre el
caparazón de una tortuga gigante en medio del océano. Intentó alcanzar con su
vista algún pedazo de tierra, pero lo único que pudo ver era agua, agua y más
agua. La brisa del mar y el sonido de las olas hacían una melodía con la que el
viajero intentó buscar calma y reposo mientras pensaba que poder hacer. Una
ballena azul saltó a la superficie levantando un fuerte oleaje que obligó al
indefenso muchacho a aferrarse bien al caparazón de la tortuga, con la intención de no perder lo único que le
agarraba a la vida. Una vez volviendo el mar a su estado normal el muchacho
lloró de rabia, de miedo y de desesperación.
Una voz dulce y serena interrumpió desde el
interior de la tortuga. “Estas asustado. Pobre idiota. No tienes motivo. Estas protegido por el
mar” El muchacho lloraba tanto como si
toda su vida la llorase en ese momento. “Yo no soy un ser marino” La tortuga le
seguía hablando desde la serenidad de la edad y el conocimiento.
“Por supuesto que eres un ser marino. Tu
primer paso para ser materia ha sido el mar. En el agua te has creado para
poder dar tus primeros pasos en la tierra. Has vuelto a tu inicio para volver a
nacer. No tengas miedo”
-Siempre he tenido miedo.- Interrumpió el
naufrago. -He tenido miedo toda la vida. Todo me dio miedo siempre. Por eso me
llamaban Idiota Idiota Idiota… Por que nunca pude vivir como todo el mundo.
- ¡Querer vivir como todo el mundo que
aburrimiento! Sin ser nunca tú. Eres un ser muy valiente.
-¿Entonces por qué tengo miedo?
-Sólo el que conoce el miedo es valiente.
Puede usarlo de dos formas diferentes: Ir a la guerra que siempre es una
perdida; O integrarte en el acontecimiento, obsérvalo, conocerlo y si puedes
mejorarlo o cambiarlo es tu deber no imponer pero si proponer y por supuesto no
vivir ninguna vida que no te haga feliz. Te creíste idiota y siempre fuiste un
valiente. – El pequeño valiente iba calmando su respiración.- Ahora debes nadar por el océano.
-No se nadar.
-Eso tiene fácil solución.- Un delfín se asomó
dando saltos por el alrededor de los dos protagonistas. –Ahora tienes un nuevo
compañero.
El delfín se acerco a la tortuga para el
muchacho se pudiera montar sobre su lomo. Una vez acomodado el delfín le dijo:
“No tengas miedo y confía el mar nos protege a todos.”
Y se sumergieron en el océano. El pequeño
valiente se sorprendía del mundo en el que estaba sumergido. Una enorme pecera
donde el era un invitado de excepción. Peces de colores, mantas, cantos de
ballenas, delfines comunicándose acercándose al joven para escoltarlo en su particular viaje
mientras un tiburón los miraba con una dulce sonrisa. Una vez que se pararon el
delfín le invito a seguir nadando solo. Y así lo hizo. Recorría sin miedo,
nadando, buceando y bailando el inmenso océano acompañando por todo los seres
marinos. Una vez que se asomo a la superficie con sus amigos delfines se
sorprendió que estuvieran en plena costa. Una playa preciosa de arena blanca rodeada de vegetación los recibía. “Has
terminado este camino.-Le dijo el delfín.-Llévate esta caracola contigo.”
Una vez el muchacho piso la arena blanca de la
playa, se sorprendió que la tortuga le estaba observando desde una roca con una
serena sonrisa, los delfines estaban asomados a medio cuerpo del agua. Todos
llevaron las manos en posición de oración e inclinaron la cabeza en señal de
respeto. “Feliz viaje maestro”
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A la mañana siguiente los carceleros entraron
con burlas para controlar al peligroso prisionero. “Que pasa idiota. Has dado
la vuelta al mundo o has dado un paseo por la celda” Fue al entrar cuando vieron la imagen de un
hombre con una mirada muy serena, sentado en posición de loto, su aura brillaba
por si sola e iluminaba la celda. Extendió las manos y poso en el suelo una
rosa del desierto, un rubí, una moneda y una caracola. Los carceleros se
arrodillaron, inclinaron la cabeza y afirmaron: “Maestro”
Siso Santos